* Inés Villarreal
martes, 19 de enero de 2010
El tanque en la ciudad
El semáforo dio el rojo y el tanque militar se detuvo. Yo también quedé inmóvil a un costado de él sobre la línea peatonal que debía cruzar en ese momento. Pero no pude dejar de mirarlo con los ojos bien abiertos, sobre todo a eso parecido a un hombre con el rostro encapuchado que sobresalía del móvil y cuyos brazos era un arma apuntando al cielo. Parecía una estatua de piedra verde que me miraba, sé que lo hizo porque yo tenía los ojos bien abiertos y bien fijos sobre él. Entonces, otra especie verde con rostro pálido se asomó por la ventanilla y mostró los dientes. Yo apreté los puños. Crucé la calle sin dejar de mirar el tanque todavía inmóvil a mi vera. Mientras seguía mi camino recordé que el frío cortaba mi piel hace unos instantes. La calle siguió aparentando quietud y un silencio sospechoso. La ciudad a estas horas de la noche trae muchas sorpresas, buenas y malas, y las que son buenas jamás se acompañan de un tanque de guerra.
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